“AUNQUE LOS GOBERNANTES DEL PASADO TODOS HAYAN SIDO MALOS SIEMPRE HAY LA POSIBILIDAD DE QUE VENGA OTRO PEOR”

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Tomado de la red.

Ahora que tenemos un presidente tan nefasto e inútil como López Obrador, cualquier expresidente puede parecernos, con mucho, mejor que él. Y así es, definitivamente. Pero si analizamos bien a Felipe Calderón, fue un presidente muy deslucido, opaco, con una administración mediocre, el país creció poco con su gobierno y tampoco estuvo libre de corrupción o nepotismo.
Sin embargo, ahora que López Obrador ha satanizado a Calderón, como causante imaginario de todos los males del país, su nombre ha resurgido y las comparaciones entre uno y otro se hacen recurrentes. Y claro, en las comparaciones, López Obrador siempre saldrá perdiendo. Pero eso no hace a Calderón mejor de lo que fue. No nos engañemos, así como debemos ser objetivos para identificar lo inepto e incapaz que es López Obrador, también hay que ubicar a cada uno de los expresidentes, valorando, sí, lo bueno de sus mandatos, pero también aceptando sus deficiencias. Solo siendo objetivos podremos definir como mexicanos, el tipo de gobierno que el país necesita, y el presidente que debemos elegir.

Sabemos que los políticos se corrompen y aprovechan el poder para enriquecerse. Sus lealtades cambian, aunque hayan hecho el juramento para servir al país y respetar sus leyes. Así que, no estamos obligados a deberles lealtad a los partidos políticos, ni a un individuo en particular. El presidente, aunque detente el cargo más importante del país, está obligado para con los mexicanos, y no al revés. Pero los mexicanos vemos la política como al futbol, nos casamos con un partido político como si se tratara de nuestro equipo favorito. Nos ponemos la camiseta del PRI, del PAN, del PRD, de MORENA o de cualquier otro partido, y nos convertimos en su porra, en su fanaticada, en la “barra” de incondicionales que está dispuesta a lanzarles vítores y a pelear por ellos sin medir consecuencias. Y ya sabemos a lo que lleva el fanatismo: a una cerrazón y una fe ciega que disculpa u omite los errores de aquellos a quienes hacemos nuestros ídolos.

Debemos olvidarnos de ese falso orgullo de pertenecer a un partido político, y en su lugar elegir a nuestros gobernantes por sus méritos, no por la tradición ni por la camiseta. Debemos estar dispuestos a analizar las mejores propuestas de la oferta política, de la misma manera que cuando compramos una casa o un auto: si tu marca preferida no te ofrece lo que tu familia necesita, simplemente cambias de marca. ¿No es así? Si la marca de zapatos que siempre hemos comprado ya no tiene la misma calidad, pruebas con otra marca. Y aunque se mantenga la calidad, ¿por qué deberíamos limitarnos a probar una sola marca de zapatos? ¿Acaso alguien tiene todos sus zapatos de la misma marca? La respuesta es obvia. Esto nos enseña que, si en las cosas más fundamentales de nuestra vida cotidiana nosotros sabemos elegir de acuerdo a nuestras necesidades, considerando la oferta existente, lo mismo podemos hacer con nuestras decisiones en política. Lo que sucede es que, cuando compramos un par de zapatos, pagamos el precio por ellos de inmediato. Sin embargo, cuando aceptamos una oferta política, el costo de esa elección no lo pagamos de inmediato, así que no lo vemos ni lo resentimos en el momento. Pero es posible que las consecuencias de esa decisión sean más profundas y costosas de lo que nosotros pensamos. Los errores de un gobierno pueden sumir en una crisis económica severa a varias generaciones.

No mantengamos zánganos, no votemos por ellos de forma automática e irreflexiva, los políticos y sus partidos deben ganarse a pulso nuestra preferencia, y saber que la pueden perder de la noche a la mañana, si sus acciones no corresponden con lo que esperamos de ellos. Debemos refinar y mejorar la manera en que elegimos a los gobernantes y nuestras autoridades, manteniendo las instituciones que nos permiten hacer contrapeso a los gobiernos, pues esa es una forma de acción de la sociedad. Depende de nosotros tener buenos gobernantes.

Si algo hemos aprendido de esta amarga experiencia que padecemos actualmente con López Obrador y su gobierno, es que, aunque los gobernantes del pasado hayan sido malos, siempre hay la posibilidad de que venga uno peor.

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