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Ricardo Pascoe Pierce

En 2020, al inicio de la caída económica provocada por la pandemia de covid, el área de estudios de Banamex hizo un pronóstico arriesgado. Afirmó que la economía mexicana no logrará recuperar el nivel en que estaba cuando López Obrador asumió la Presidencia en 2018, hasta el lejano año de 2025. Es decir, un año después de la conclusión del actual sexenio. Banamex partía de un dato económico negativo prepandémico: en 2019, el crecimiento retrocedió 1% con relación al año anterior, debido a la incertidumbre creada por la cancelación del aeropuerto de Texcoco. Se desplomó la inversión privada. 

Desde ese momento y hasta la fecha, AMLO ha insistido en que el país ya recuperó lo que perdió económicamente con la pandemia en materia de empleos, salarios e inversión, y ahora avanza más allá. Los datos de la economía real afirman otra cosa. Mientras el Presidente sostiene que este año habrá crecimiento del 3%, todos los datos económicos y de tendencias sugieren un crecimiento real entre 1.2% y 1.8 por ciento. Lo que este dato nos refiere es que la economía nacional aún no se ha recuperado de la caída del 8.5% sufrido en 2020. En el 2021, cuando se creció 4.8%, el crecimiento seguía en terreno negativo. Es el mismo caso en 2022, cuando, suponiendo un crecimiento del 1.8%, el crecimiento económico de México sigue siendo negativo con relación a 2018. 

 Y vienen tiempos económicos peores. El pronóstico de crecimiento del PIB para 2023 es negativo en 1%, como en 2019. 

 Se anuncia la certeza de una recesión económica mundial que afectará duramente a nuestra economía nacional. El contexto mundial de la batalla por recuperarse de los estragos creados por la pandemia, junto con los efectos nocivos de la guerra entre Rusia y Ucrania, son los elementos principales que están guiando la percepción de la inevitabilidad de la recesión mundial y, por ende, en México. ¿Será una recesión larga o corta? 

 La duración de la recesión dependerá de factores internacionales y nacionales. A nivel global depende de la duración de la guerra y, por tanto, del precio de la gasolina y la escasez de granos (principalmente trigo) y fertilizantes en el mercado global. De estos factores dependen los precios de los alimentos y los costes de producción y transporte de materias primas y bienes manufacturados. 

Si la economía estadunidense mantiene su actual ritmo de demanda de productos agrícolas y bienes manufacturados de México, el país tendría posibilidades de sostener cierto ritmo productivo que podría aliviar el peso específico de la recesión mundial. 

Todo depende de la política que pretende seguir AMLO con relación al T-MEC y Estados Unidos. Lo que sucede es que un día amanece con la intención de colaborar en la creación de grandes mercados comunes y, al otro, amanece pensando en desacoplar, o separar, nuestra economía de la norteamericana. 

La ambigüedad política y la falta de certeza son factores que inhiben la inversión, tan dada a buscar seguridad para sus actividades. Además, las condiciones internas son importantes para determinar políticas. Por ejemplo, la política actual de subsidiar el precio de la gasolina como política antiinflacionaria podía sostenerse durante unos meses. ¿Pero se sostendrá años, si la guerra en Ucrania sigue? Las finanzas públicas, obviamente, están bajo un estrés descomunal por el costo fiscal de ese subsidio “sin fin”. 

 De no aplicar este subsidio, dice Hacienda, el costo por litro de la gasolina rondaría los 34 o 35 pesos el litro. También calcula Hacienda que, sin el subsidio, la inflación estaría alrededor del 11% anual y no el 7.9%, como es actualmente. De hecho, México es uno de los países de América Latina con los precios más bajos de su gasolina y con la inflación más baja. Todo gracias al subsidio de la gasolina, se jacta Hacienda. Se olvida del desempleo y la migración masiva de mexicanos hacia la frontera norte. 

 Venezuela hizo la misma maniobra con sus precios de la gasolina, como medida antiinflacionaria y como subsidio a la población en general. Y funcionó hasta que se le acabó la capacidad de equilibrar ingresos petroleros con egresos fiscales desbordados por planes y proyectos faraónicos y el subsidio a la población.  

Se creó una política económica de ficción donde la sociedad se apoltronó y no aceptó que dejara de seguir aplicándose. Hoy la migración de venezolanos es su bien exportable mayoritario. 

Algo parecido ocurre con la 4T. El subsidio a la gasolina es una ideología, en vez de una política pública racional, y no se dejará de aplicar, incluso aunque los propios ingresos petroleros ya no sean suficientes para su financiamiento, sin endeudar al país. Datos de la propia SHCP indican que estamos llegando a ese punto de quiebre. 

La bancarrota de las finanzas públicas, junto con la recesión económica y una creciente tendencia inflacionaria, no augura nada bueno para México. Tenemos un Presidente empecinado en guiar al país con una agenda ideológica. Esa agenda ideológica sólo agravará los problemas del país a la hora de enfrentar el horror de un sexenio perdido. 

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