Un candidato disfrazado de presidente

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Las ocurrencias, rencores, caprichos y cortinas de humo son ‘el modus vivendi’ de un candidato que no se preparó para gobernar.

Todas las decisiones relevantes que ha tomado como presidente tienen que ver con mantener el poder más allá del término de su sexenio en septiembre del 2024, no importa que sea a través de interpósita persona.

Desde el primer día que le dieron su constancia como presidente electo estableció las condiciones básicas para mantener el poder por lo menos 30 años más, al tiempo de imponer el manual del Foro de Sao Paulo que implica, incluso, aniquilar el régimen democrático para dar paso a la dictadura.

Desde ese entonces se dedicó a desaparecer los contrapesos al Poder Ejecutivo, al tiempo de usar el dinero público para crear una base de adeptos “maiceados” a través de los programas de política social-electoral y para ello desapareció todos los apoyos asistenciales que establecieron otros gobernantes, aunque estos hayan tenido éxito en los propósitos por lo que se crearon.

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En esta lógica, actúa más como un permanente candidato en campaña que como un jefe del Ejecutivo federal, quien tiene que gobernar para todos con altura de miras y con objetivos muy claros en cuanto a la inclusión social y el mejoramiento de las condiciones básicas de desarrollo que contengan mejor educación, servicios médicos para todos, alimentación garantizada y techo para la población que vive en condiciones de pobreza y marginación y que, por desgracia, son la mitad de los mexicanos.

La inseguridad y la violencia generalizada, así como la pérdida de amplias regiones del territorio nacional a manos de los criminales, dan cuenta, sin duda, de un Estado fallido que se fue vulnerando radicalmente en los últimos tres años.

La transgresión sistemática del orden constitucional que deriva en la violación sistemática de los derechos fundamentales del hombre es una constante en esta administración.

El presidente ha sido omiso en cumplir con sus obligaciones constitucionales para dar paso al reparto de culpas, evadir responsabilidades, polarizar, y estigmatizar a sus detractores.

Las ocurrencias, rencores, caprichos y cortinas de humo son el modus vivendi de un candidato a la Presidencia de la República que se tardó 18 años para llegar a esta posición y cuando se sentó en la silla del poder, cayó en la cuenta que no se preparó para gobernar, sino tan solo para mantenerse permanentemente como un aspirante a un cargo de elección popular.

En el discurso del obradorismo, todos son culpables, menos el presidente.

Nada es responsabilidad de López Obrador, todo es culpa de los conservadores, de los saqueadores, de los neoliberales, de los fifís, de los gringos opresores, del horario de verano, etc.

No por repetirse hasta el cansancio se desgasta el argumento; tenemos el peor gobierno en el peor momento de la historia contemporánea de México. Todos los indicadores económicos, de seguridad, bienestar social, violencia, desabasto de alimentos y combustibles, entre otros, dan cuenta de ello.

Es una lista interminable de asuntos que para revertirlos, tardarán décadas.

Ese es el gobierno de la autollamada 4T que preside un personaje que resultó un excelente candidato, pero un pésimo gobernante.

Bajo el antifaz de la democracia representativa, se incorporó al texto constitucional la figura de Revocación de Mandato para que a través de esta fórmula, AMLO se mantenga en campaña permanente para lograr sus objetivos.

El más reciente desliz de ese candidato, que no quiere decir que sea el último, es la burla y la tirria personal que trae contra el gobierno estadounidense que provocará daños económicos a todos los sectores exportadores del país, al mercado energético y ambiental, entre otros sectores productivos, al tiempo de que eventualmente interrumpirá el flujo creciente que tienen las remesas que se envían desde Estados Unidos.

De acuerdo con el propio gobierno mexicano, el T-MEC significa para el país un mercado de 500 millones de personas, el 28% del Producto Interno Bruto de México (PIB) y el 15% del comercio mundial.

El epítome de la irresponsabilidad y la sorna, no contra nuestros socios comerciales, sino contra los mismos mexicanos, lo tuvo López Obrador al contestar a las preocupaciones estadounidenses y canadienses por las violaciones del gobierno mexicano al T-MEC, con un desparpajo digno de un inconsciente que no mide los efectos de sus respuestas.

El “Uy, qué miedo” quedará registrado en las frases más desafortunadas y de múltiples efectos negativos que haya pronunciado AMLO y vaya que hay muchas.

No es un asunto de nacionalismo, sino de respeto a los tratados comerciales firmados por el propio presidente López Obrador.

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