Gobernar… derrochando el dinero de los demás
La gente emprende negocios esperando que sean rentables. La vecina no abre una tiendita en la esquina para subsidiarle las mercancías a los compradores sino con el propósito de ganarse la vida y, por ahí, ahorrar alguna plata para su vejez. Los izquierdosos repudian el dinero de dientes para fuera porque el lucro les parece pecaminoso en tanto que resultaría de una condición imperfecta de los humanos: el individuo que se propone tener más bienes no es un emprendedor sino un vulgar ambicioso que, por si fuera poco, va a sacar provecho del trabajo de sus trabajadores y sus empleados: los va a explotar inmisericordemente para hacerse más rico. Este aborrecimiento al capital, sustentado en la moralidad de tintes religiosos que alimenta, a su vez, el fanatismo de los sectarios, no se expresa únicamente en condenas dirigidas al “pequeño-burgués” —el comerciante o el dueño de un taller mecánico o el patrón de una lonchería, en la rancia terminología marxista— sino que se vuelve mucho más feroz cuando se refiere a las grandes corporaciones multinacionales y, por asociación, al “imperialismo” de las potencias extranjeras. La militancia socialista necesita siempre de un perverso enemigo exterior —fabricado deliberadamente para exacerbar los sentimientos nacionalistas de las masas e, igualmente, para rentabilizar su resentimiento— al cual atribuirle todos los males sobrellevados por el pueblo. Pero en la categoría de los adversarios de la justicia social entran también los saqueadores de casa (aquí, por cortesía de la 4T, los conservadores, los neoliberales y los fifís) a quienes se puede culpar también del empobrecimiento de las clases populares y, de pasada, fomentar el divisionismo y ganarse así la adhesión de los presuntos agraviados.
Volviendo a la cuestión de la rentabilidad de las empresas, en el sector público la ganancia no es algo prioritario porque quienes manejan los asuntos de doña Administración no están invirtiendo su propio dinero sino la plata de los demás. De tal manera, los recursos del erario pueden ser derrochados despreocupadamente en programas inservibles, en ocurrencias del gobernante de turno y en costosísimos proyectos faraónicos. Con el pequeño detalle de que la factura la paga toda la nación. Ah… Román Revueltas Retes revueltas@mac.com