México y su desafío migratorio: razones, retorno y resistencias

Por Bruno Cortés imagen by Grok
Migrar no es delito; en México, a veces es sobrevivir. La salida masiva de mexicanos hacia Estados Unidos no es producto de una moda ni de un espejismo colectivo. Es el resultado directo de un sistema que se quiebra en sus márgenes: bajos salarios, violencia endémica, servicios públicos ausentes y una economía que funciona mejor en los discursos que en los bolsillos. Y ante eso, ¿quién puede culpar a quien cruza la frontera buscando una vida que no sea una sentencia?
Las causas son tantas como las historias. Está el jornalero que gana 150 pesos al día y elabora planes en dólares. La madre soltera que prefiere recorrer tres estados para ver a su hijo en Illinois que enterrarlo en Michoacán. O el estudiante brillante en Oaxaca que sabe que sus sueños valen más del otro lado del río Bravo. En todos los casos, la brújula apunta al norte, porque allá al menos se cree que trabajar sí tiene recompensa.
En respuesta a este drama cotidiano, el gobierno mexicano —ahora bajo el mando de Claudia Sheinbaum— ha lanzado la estrategia “México te abraza”, una medida que, si bien valiente en espíritu, aún tambalea en ejecución. Más de 38 mil mexicanos repatriados han recibido apoyo: una tarjeta de 2 mil pesos, acceso al IMSS y promesas de empleo. Para quien regresa con las manos vacías, es un salvavidas, aunque a veces el mar esté más agitado que el plan.
No todo es teoría: hay empresas que han ofrecido 50 mil puestos para los repatriados. Suena esperanzador, pero la pregunta incómoda persiste: ¿están esos empleos donde vive la gente que regresa? ¿Y pagan lo suficiente como para competir con la vida que dejaron atrás? Por ahora, las respuestas son tentativas, y la realidad sigue marcando el paso con sus botas polvorientas y pasaportes vencidos.
Mientras tanto, la frontera se convierte en termómetro y en tumba. El gobierno presume que los cruces ilegales se han reducido en 78%. Pero esa cifra dice poco si no se acompaña con datos sobre cuántos migrantes regresan por voluntad y no por deportación. Porque una cosa es volver, y otra muy distinta es querer quedarse.
Los retos son monumentales. El programa «México te abraza» tiene un techo financiero que no resiste una tormenta migratoria. Si Trump vuelve a lanzar deportaciones masivas, el sistema podría colapsar. Las ciudades fronterizas como Tijuana ya están al límite. Y sin una ampliación real de albergues y atención, el abrazo podría convertirse en codazo.
En resumen: México empieza a hablar el idioma de la dignidad migrante, pero aún no domina la gramática de la política pública eficiente. Mientras no se atiendan las causas profundas —pobreza, violencia, abandono institucional— las remesas seguirán llegando… y los cuerpos también. Porque al final, el verdadero muro no está en la frontera, sino en las condiciones que hacen que cruzarla sea la única opción.
La lección es clara: ningún programa podrá frenar la migración mientras la mejor política social siga siendo una visa de trabajo estadounidense. El reto no es que los migrantes regresen. Es que quieran hacerlo. Y eso, hoy por hoy, sigue siendo una quimera.