“Checo” Pérez: el más fuerte sostén del GP de México

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En medio de la euforia mercadológica que ha generado la Fórmula 1 en nuestro país, con todo y la exhibición de la película, así como los autos a escala que forman parte de un combo de comida rápida, el regreso de Sergio “Checo” Pérez a la Gran Carpa sin duda mantendrá más que vigente el lucrativo negocio del Gran Premio de México.

Las versiones periodísticas de medios especializados europeos que anticiparon la llegada del piloto tapatío a la escudería estadounidense Cadillac para 2026, lo cual sería anunciado después de la realización del Gran Premio de Hungría el próximo 3 de agosto, representan un enorme aliciente para la continuidad de la presencia de la máxima categoría del automovilismo mundial en México.

Cierto es que para la versión de este año no se observaron pérdidas en la venta de boletos para la carrera, dado a que cuando las entradas se agotaron aún no se conocía que el piloto mexicano dejaría Red Bull, de otra manera, los ingresos por concepto de taquilla, muy posiblemente, se habrían visto afectados después de la desilusión que sufrieron miles de aficionados al conocer la salida de Checo de la F1.

Y una vez que se anuncie formalmente la llegada de Sergio Pérez a la escudería Cadillac, será un hecho que la mercancía oficial del equipo, como ocurrió con el equipo del toro energético, se venderá como pan caliente en México, pues aún sin que se haya dado a conocer la noticia ya se ofertan productos “pirata” en el barrio bravo de Tepito, como playeras, gorras y chamarras de Checo como piloto del constructor norteamericano.

Tan solo en 2024, los ingresos económicos por concepto de venta de artículos y souvenirs durante el Gran Premio de México fueron de dos mil 19 millones 584 mil pesos, de acuerdo con datos de la Secretaría de Desarrollo Económico de la Ciudad de México.

No nos queda más que esperar el anuncio oficial del retorno de Sergio Pérez a la Fórmula 1, lo que indudablemente representará nuevamente el banderazo de salida del multimillonario negocio que significa para la organización del evento, así como para patrocinadores y empresas auspiciantes, la presencia del máximo exponente mexicano en la historia del automovilismo.

El valor político del tomate mexicano

Si alguna certeza se puede desprender de los cada vez más previsibles movimientos de Donald Trump son sus adeudos políticos; compromisos que se ha mostrado dispuesto a honrar sin detenerse a medir las consecuencias, lo que claramente se ha visto en los sectores obrero y ahora, incipientemente en el agrícola, con la aplicación de aranceles; en la mayoría de los casos desproporcionados.

La realidad es que la imposición de gravámenes al tomate mexicano no responde a una lógica comercial sólida, sino el pago simbólico a sectores que en su momento le garantizaron su respaldo político (entre otros, los tomateros de Florida), mismo que espera conservar en las elecciones de medio término, aunque con ello tense las relaciones con socios estratégicos como México. Trump prioriza así los resultados políticos inmediatos sobre los impactos económicos de largo plazo. Un gobierno que pone el foco en la próxima elección más que en el bien común alterando el valor real de la política comercial para convertirla en un instrumento de lealtad, no de desarrollo.

Muy al estilo de Trump, la narrativa al incremento en el arancel del tomate mexicano hace una conveniente mezcla entre el proteccionismo económico, el nacionalismo agrícola y la estrategia electoral. De entrada, coloca al productor estadounidense como la víctima de prácticas desleales injustas (dumping), de las cuales las autoridades mexicanas son las responsables y, de paso, refuerza la imagen de Trump como un defensor de la economía rural. Vincula el consumo nacional con la soberanía alimentaria y transforma un tema agrícola en uno patriótico y emocional. Recicla la narrativa de la asimetría comercial con México misma que “él” ya está corrigiendo.

De lo que no habla es del impacto que tendrá en los consumidores estadounidenses -quienes siempre terminan por pagar los aranceles-. Las estimaciones hablan de un incremento de 10 % pero hay quien se aventura a proyectar hasta un 40% en la temporada invernal, por un tomate con una calidad muy inferior a la mexicana.

La variedad de tomates también se verá notablemente reducida, particularmente los del género gourmet, lo que elevará los costos en los restaurantes de alta gama, dominando una variedad de tomates grandes y verdes, madurados artificialmente. En Texas y Arizona, por donde entra el 50% de este producto, se adelantan cierres y despidos si no se revierte la medida.

Aunque en su conferencia matutina la presidenta Claudia Sheinbaum adelantó que la próxima semana presentará una batería de apoyos para los 500 mil productores mexicanos, es del otro lado de la frontera en donde deberá librarse la batalla clave. Es allá en donde se encarecerá un producto básico e insustituible en millones de mesas estadounidenses. Son las familias de clase media y trabajadoras -no los grandes agricultores ni los políticos en campaña-, quienes terminarán pagando más por menos variedad y menor calidad en el producto. Se trata de desmontar la narrativa proteccionista y ese es el mayor reto para una administración que no ha logrado detener los embates de Trump.

La Iglesia y el diálogo con delincuentes

Al menos desde 2015, cuando era arzobispo de Acapulco, Carlos Garfias Merlos, ha pugnado por el diálogo entre la Iglesia y los grupos delincuenciales. En aquel entonces, el exhorto se fundamentaba en la violencia e inseguridad que vivía el estado de Guerrero, misma que continúa diez años después, sin saberse si ese diálogo logró algo.

Algo que sigue sonando a ingenuidad, resulta que tiene investigación, metodología y, por supuesto, un marco teórico. Ahora como arzobispo de Morelia, Carlos Garfias ha aterrizado su propuesta en un taller “para el fortalecimiento de capacidades de negociación en sacerdotes y agentes”, impartido en la Universidad Pontificia de México, que consiste precisamente en preparar a sacerdotes y laicos para dialogar con grupos criminales con la finalidad de reducir la violencia y mejorar las condiciones de vida en las comunidades donde se encuentran.

El modelo tiene su antecedente en el caso de Colombia con los cárteles -aunque también en Italia con las mafias-, y de manera simplista se ha planeado como un diálogo negociador entre sacerdotes y delincuentes, cuando es algo más complejo: se trata de establecer condiciones para un diálogo entre víctimas y victimarios de una comunidad, con los sacerdotes intermediando, con fines variados, que pueden ser, la seguridad del clérigo en sus traslados y estadías en comunidades, conocer paraderos de desaparecidos o causas de homicidios y violencia, así como, no menos importante para la Iglesia, el perdón y reconciliación entre unos y otros. Fundamental en ello es partir de un común denominador: víctimas y delincuentes se conocen, conocen a sus familias, son vecinos, familiares, hay lazos entre ellos.

Es necesario ubicar en su justa dimensión la propuesta. No se trata de una solución contra la inseguridad y la violencia, ni para acabar con las organizaciones criminales, eso es algo que le corresponde a las autoridades. Se trata sí, de un esfuerzo por construir un incipiente tejido social donde no existe, que pueda coadyuvar a reducir la violencia, una convivencia básica y como un camino remoto a la reinserción social del delincuente.

Es una ruta que, por su naturaleza, probablemente no tendrá indicadores de medición, que puede ser origen de algún milagro o historia de éxito, que tal vez sea la base de la reconstrucción de comunidades rotas, que puede ser objeto de abusos por parte de los convocados, pero que seguramente no será, ni aspira a ser, la respuesta contra la inseguridad y el crimen organizado en México.

Tatuajes y trabajo: hacia una cultura laboral más inclusiva

Durante años, los tatuajes fueron vistos como un obstáculo para acceder a ciertas oportunidades laborales, especialmente en entornos corporativos tradicionales. Sin embargo, los resultados del más reciente “Termómetro Laboral” de OCC, la bolsa de trabajo líder en México, revelan un cambio en esta percepción.

De acuerdo con la encuesta, el 68% opinó que tener tatuajes no influye en las oportunidades laborales. Además, tres de cada diez personas aseguraron no haber tenido problemas en su empleo por tener tatuajes y solo un 5% dijo haber enfrentado algún tipo de discriminación.

Estos datos invitan a reflexionar: si bien existen señales claras de una mayor apertura en muchas organizaciones, también persisten ciertos matices. Por ejemplo, el 13% de los gerentes encuestados considera que los tatuajes sí pueden afectar la imagen profesional. Entre asistentes y analistas, el 8% reportó haber recibido comentarios inapropiados o miradas incómodas.

Más allá de los porcentajes, lo relevante es reconocer que los entornos laborales están en transformación. Cada vez más empresas priorizan los conocimientos, la experiencia y las habilidades por encima de aspectos personales que no influyen en el desempeño profesional. No obstante, esta evolución no es uniforme: varía según el sector, el tipo de puesto e incluso la cultura organizacional de cada empresa.

Cabe recordar que La Ley Federal del Trabajo en México prohíbe expresamente la discriminación por apariencia física. Esto debería ser suficiente para dejar claro que portar tatuajes no es, ni debería ser, un criterio válido para descartar a una persona en un proceso de selección. Sin embargo, los datos muestran que aún hay áreas de mejora, especialmente en lo que respecta a actitudes cotidianas y sesgos más sutiles.

Hablar de inclusión  no solo implica eliminar prácticas abiertamente discriminatorias, sino también revisar aquellos comportamientos que, aunque parezcan menores, pueden afectar significativamente la experiencia laboral de una persona. Escuchar la voz de los trabajadores es un buen punto de partida para continuar construyendo espacios laborales más equitativos, diversos y respetuosos.

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