Existen los milagros

Por José J. Núñez P.
Hace un titipuchal de años, tantos que hasta me da flojera contarlos, en este día, precisamente, un cúmulo de emociones y sentimientos, se agolpaban en mi pecho, justo en las primeras horas del día 6 de enero, las 5 de la mañana, cuando lleno de ansiedad me despertaba para ver lo que me habían traído los Reyes Magos, siempre con la esperanza de que por primera vez me hubieran hecho caso.
La cuestión era que, no podía dedicarle mucho tiempo a revisar los regalos que habían traído, por un lado, en ese tiempo éramos 5 hermanos, al final fuimos 7, al ser tantos, y al estar los juguetes en la sala, era difícil ver con atención cuales eran de cada quién.
Por otro lado, en ese tiempo, mi abuela, mi gran abuela, poseía un pequeño establecimiento de venta de libros y revistas, además de los diarios impresos del día, por lo que había que ir a recoger lo que se requería para abrir el negocio y comenzar a las 7 de la mañana, a trabajar.
Mi obligación, era hacerle compañía y ayudarla hasta la una o dos de la tarde, así que, atendiendo a la clientela, despachando y cobrando, veía yo pasar el tiempo, y a los niños y niñas que llegaban con los clientes, todos ellos felices, luciendo sus fabulosos regalos.
En esa época, las clases escolares, en el Distrito Federal, comenzaban el primer día laboral de febrero y terminaban en el mes de noviembre, a finales.
Cuando llegaba mi hora de dejar el negocio, corría a mi casa y al buscar entre mis regalos, me llevaba la sorpresa de que no me habían traído lo que yo había pedido, como a la gran mayoría de mis amigos, nunca nos complacían, siempre eran otros juguetes, cuando se podía, aunque por lo general eran pantalones, camisas y zapatos.
Desde que tenía uso de razón, así había sido siempre en mi casa, no importaba si en mi carta sólo ponía una sola petición: “Una bicicleta”, o si la llenaba con peticiones hasta absurdas para ver que tanto de la lista me traían los famosos Melchor, Gaspar y Baltasar.
Claro, al igual que yo, muchos de mis amigos nos consolábamos culpándonos de aquello, ya que, como no nos habíamos portado muy bien durante el año, antes y nos habían traído algo, ya que la norma era que por portarte mal no te traerían nada.
Total, que el tiempo transcurrió y los Reyes Magos, quedaron en el olvido, al menos para mí ya que al ir creciendo e ingresar a la secundaria y luego a la vocacional, para que finalmente tuviera que revalidar materias y me admitieran en Filosofía y Letras, ya no había tiempo para soñar.
Comencé a trabajar, mi primer empleo en una revista, cubriendo diferentes fuentes y haciendo reportajes y entrevistas a diestra y siniestra para colaborar con otros medios.
Y fue precisamente, cuando acudí a la cena de Navidad, en la casa familiar, en compañía de mi madre y mis hermanos, ya que para entonces yo vivía solo.
Fue cuando supe una triste noticia, uno de los vecinos de mi madre había muerto en la primera posada de la temporada, al parecer, lo habían asaltado al salir del banco después de cobrar su aguinaldo y su quincena, por tal motivo, había dejado viuda a su mujer con cuatro hijos, tres hombres y una niña, que quedaban huérfanos de padre, y que ahora, esperaban la llegada de los reyes magos sin ninguna esperanza de que llegaran a su hogar, aquello sí que era lamentable, no tanto el que hubiera muerto en un asalto, sino los que se quedaban tras de él.
Los posteriores a la cena, estuve pensando en esos niños, y la forma en que podría ayudarles, fue entonces cuando me acordé que Publicaciones Herrerías, de Novedades editores, estaban solicitando argumentistas para sus diversas publicaciones.
No lo pensé más, así que acudí a entrevistarme con el señor Rafael Márquez Torres, el editor en jefe de La Novela Policiaca, Libro Rojo, Umbral de Ultratumba, y otras tres de recién estreno.
Me dijo que le presentara un guion, para que viera mi estilo y entonces hablaríamos. Así que esa misma noche me puse a escribir como si se fuera a acabar el mundo, para tal fin, me centré en una historia de suspenso, de la época de la colonia.
Le presenté la historia al señor Márquez, el martes 26 de diciembre, ahora tenía que esperar a que la revisaran, si se debía hacer alguna corrección, o me la rechazaban, me avisarían, por teléfono fijo ya que, en ese tiempo, ni internet ni celulares.
Mientras esperaba, seguí con mis colaboraciones a las revistas y el miércoles 3 de enero, me dijeron que presentara mi recibo, para que me aprobaran el pago y pudiera recibir el cheque ese mismo día, el milagro estaba hecho.
Con el dinero en la mano, acudí a la casa de mi madre y le dije que le entregara el dinero a la viuda de su vecino, que esos niños debían recibir a los Reyes Magos en su casa, no era justo que primero se quedaran sin padre y luego, tuvieran que sufrir viendo a otros niños disfrutar del día con sus juguetes.
Así lo hizo mi madre, y un día como hoy, pero de hace ya muchos años, contra mi costumbre fui a la casa de mi madre como a las diez de la mañana y en el patio de aquel edificio, vi a los hijos del fallecido, los tres varoncitos y la niña, se veían radiantes y presumían a todo aquel que pasaba a su lado, lo que “les habían traído los reyes magos”.
Me detuve un momento a charlar con ellos y a que me enseñaran sus preciados regalos, el sólo ver sus caritas alegres, felices de la vida, me hizo comprender que valió la pena el esfuerzo realizado una semana antes.
Cuando estaba con ellos, apareció la viuda, y desde a un lado de donde nos encontramos, me dijo sin voz: “Gracias”, en ese momento comprendí que, a pesar de que nunca recibí una bicicleta un 6 de enero de cualquier año, tenía algo que siempre fue más importante, el cariño y la presencia de mis padres, los cuales, dentro de sus posibilidades, tal vez no pudieron adquirirla, o tal vez, por ese miedo que sentimos todos los padres de querer proteger a nuestros hijos, ni siquiera lo pensaron.
Y si habló de milagros, es porque, justamente, después de Navidad, encontré el mensaje de Novedades que solicitaban argumentistas, presenté mi historia y sin correcciones, sin mayores trámites me lo pagaron, no fue una cantidad como para volverte millonario, y las mujeres hacen maravillas con el dinero, de tal forma que a la viuda le alcanzó para tenerlos contentos a todos, y a ellos sí, les trajeron lo que le pidieron a los reyes magos.
Hoy, ni mi abuela, a quién siempre veneraré, por muchos motivos que tal vez algún día comparta con ustedes, ni mi madre, quien fue la principal instigadora para que yo comenzara a escribir, primero de manera personal y luego pudiera mantenerme de ello y mi padre, que, a su manera, se que me amó, aunque muy pocas veces me lo demostró, ninguno de los tres está presente, aunque los siento en mi corazón y en mi mente.
Cuando tengo que realizar cualquier labor, cuando voy manejando, cuando me aventuro a investigar para algún reportaje, sus consejos, sus regaños y hasta sus bromas sobre mi trabajo, me acompañan y me son un claro ejemplo de que los milagros, aún existen.